Si hay algún miembro de la Divinidad a quien no damos la debida consideración, es el Espíritu Santo. Somos expertos en repetir su nombre y a veces destacamos la importancia que tiene este integrante de la trinidad. Pero, ¿entendemos realmente que el Espíritu Santo es Dios? Es igual a Dios. Acepta la honra que se debe sólo a Dios.
Se le atribuye las cualidades de Dios, tales como santidad, verdad y vida. En Romanos 8:2 se declara que el es "Espíritu de vida". En Juan 16:13 Cristo lo llama "el Espíritu de verdad". En Romanos 15: 30 Pablo se refiere al "amor del Espíritu". En Hebreos 9:14 lo presenta como "el Espíritu eterno". En los Salmos 139:7 David afirma su omnipresencia al preguntar:"¿A dónde me iré de tu Espíritu¿" Estas son pruebas de que los atributos del Espíritu lo igualan a Dios.
En un discurso pronunciado ante los alumnos de nuestro colegio de Avondale en 1899, de White les recordó que "necesitamos comprender que el Espíritu Santo, que es una persona así como Dios es persona, anda en estos terrenos" (El Evangelismo. p. 447).
También debemos recordar en todo momento que "la naturaleza del Espíritu Santo es un misterio. Pero, lo cierto él es quien mantiene a este mundo, hasta que el hombre sea juzgado por Dios. Cuando él se retire los desastres tanto naturales como individuales serán un caos en el mundo.
Los hombres no pueden explicar, porque el Señor no se la ha revelado al hombre. . .En cuanto a estos misterios demasiado profundos para el entendimiento humano, el silencio es oro".H.A. P.42,43).
El elemento importante que debemos comprender es la misión del Espíritu Santo en nuestro favor y la absoluta necesidad de que le permitamos obrar por medio de nosotros.
Sin Cristo y sin el Espíritu Santo no somos nada. El ignorar la función y la obra de cualquier miembro de la Divinidad producirá una experiencia cristiana débil y susceptible de morir.
Lo maravilloso es que el Espíritu Santo es un poder constructivo. No hay poder en la tierra, pasado o presente, igual al Espíritu Santo, que puede transformar vidas, convertir la tristeza en alegría, y sanar las mentes y los cuerpos enfermos.
La promesa que Jesús hizo a sus discípulos y por ende a nosotros es válida todavía hay "Recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo". (Hech. 1:8)
Promesa para hoy.
"Necesitamos reconocer al Espíritu Santo como nuestro iluminador. Este Espíritu se deleita en dirigirse a los niños, y en descrubrirles los tesoros y las bellezas de la palabra. (CM. 163.
Maranata.
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la
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