viernes, 6 de octubre de 2023

LA GRAN CIUDAD DE DIOS.

Su señor le dijo: Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor. (Mat. 25: 23.

Con amor inexpresable, Jesús admite a sus fieles "en el gozo de su Señor". 

El Salvador se regocija al ver en el reino de gloria las almas que fueron salvadas por su agonía y humillación. 

Y los redimidos participarán de este gozo, al contemplar entre los bienvenidos a aquellos a quienes ganaron para Cristo por sus oraciones, sus trabajos y sacrificios de amor.

Al reunirse en torno del gran trono blanco, indecible alegría llenará sus corazones cuando noten a aquellos a quienes han conquistado para Cristo, 

y vean que uno ganó a otros, y éstos a otros más, para ser todos llevados al puerto de descanso donde depositarán sus coronas a los pies de Jesús y lo alabarán durante los siglos sin fin de la eternidad. 

Cuando se da la bienvenida a los redimidos en la ciudad de Dios, un grito triunfante de admiración llena los aires. Los dos Adanes están a punto de encontrarse. 

El Hijo de Dios está en pie con los brazos extendidos para recibir al padre de nuestra raza; al ser que él creó, que pecó contra su Hacedor, y por cuyo pecado el salvador lleva las señales de la crucifixión.

Al distinguir Adán las cruentas señales de los clavos, no se echa en los brazos de su Señor, sino que se prosterna humildemente a sus pies, exclamando: "¡Digno, digno es el Cordero que fue inmolado!"

El Salvador lo levanta con ternura, y lo invita a contemplar nuevamente la morada edénica de la cual ha estado desterrado por tanto tiempo. 

Después de su expulsión del Edén, la vida de Adán en la tierra estuvo llena de pesar y de lágrimas.

Cada hoja marchita, cada víctima ofrecida en sacrificio, veía la mancha en la naturaleza, y le recordaba el pecado que había cometido.

Con paciencia y humildad soportó, por cerca de mil años, el castigo de su transgresión. 

Se arrepintió sinceramente de su pecado y confió en los méritos del Salvador prometido, y murió con la esperanza de la resurrección. 

El Hijo de Dios reparó la culpa y caída del hombre, y ahora, merced a la gran obra de su gran sacrificio, Adán es restablecido a su primitiva soberanía.

MARANATA.

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