domingo, 11 de septiembre de 2022

LA PRUEBA EN EL DESIERTO.

Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán y fue llevado por el Espíritu al desierto por cuarenta días, y era tentado por el diablo. No comió nada en aquellos días, pasados los cuales tuvo hambre. Lucas 4:1-2.

En la confrontación de Cristo con el diablo en el desierto pocas veces se enfatiza la obra del Espíritu Santo en todo ello. 

La Biblia indica claramente que fue el Espíritu Santo quien lo llevó al desierto y lo sostuvo allí; después de los cuarenta días allí, Jesús fue tentado por el diablo (Mat. 4:2, 3). 

El Espíritu Santo estuvo con él en todo momento. En las peores pruebas y más agudas tentaciones, él podía depender de la presencia del Espíritu para sostenerle y guiarle. 

Cuando Jesús fue llevado al desierto para ser tentado, fue llevado por el Espíritu de Dios. Él no invitó a la tentación. Fue al desierto para estar solo, para contemplar su misión y su obra. 

Por el ayuno y la oración, debía fortalecerse para andar en la senda manchada de sangre que iba a recorrer. 

Pero Satanás sabía que el Salvador había ido al desierto, y pensó que esa era la mejor ocasión para atacarlos. 

“Grandes eran para el mundo los resultados que estaban en juego en el conflicto entre el Príncipe de la Luz y el caudillo del reino de las tinieblas. 

Después de inducir al hombre a pecar, Satanás reclamó la tierra como suya, y se llamó príncipe de este mundo. 

Habiendo hecho conformar a su propia naturaleza al padre y a la madre de nuestra especie, pensó establecer aquí su imperio. 

Declaró que el hombre le había elegido como soberano suyo. Mediante su dominio de los hombres, dominaba el mundo. Cristo había venido para desmentir la pretensión de Satanás. 

Como Hijo del hombre, Cristo iba a permanecer leal a Dios. 

Así se demostraría que Satanás no había obtenido completo dominio de la especie humana, y que su pretensión al reino de este mundo era falsa. 

Todos los que deseasen la liberación de su poder, podrán ser librados con la ayuda del Espíritu Santo. 

El dominio que Adán había perdido por causa del pecado, sería recuperado” (DTG 89, 90).
Desconocemos las tentaciones y las pruebas que nos sobrevendrá hoy; no sabemos cuándo va a atacar el enemigo. 

Pero, de una cosa estamos seguros: el Espíritu Santo está a nuestra disposición para sostenemos en todo momento. Que hoy sea un día de victoria para los hijos de Dios.

MARANATA.

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