Fueron apedreados, aserrados,
puestos a pruebas, muertos a filo de espada; anduvieron de acá para
allá cubiertos de pieles de oveja y de cabras, pobres angustiados,
maltratados. Heb. 11: 37
Acabo de regresar del hogar de
unos de mis amigos íntimos dice el pastor Dick, cuyo hijo de tres
años de edad se está muriendo de leucemia.
El precioso niño,
rubio, bien formado fisicamente y con una dulce personalidad como la
madre, jugaba tranquilamente en el suelo junto a nosotros mientras
conversábamos acerca de su muerte.
Uno tendría que buscar mucho
para encontrar una pajera más sincera y cristiana como estos padres.
Mientras tratábamos de expresar lo inexpresable, con lagrimas en los
ojos, no se noto ninguna expresión de amargura o de duda respecto de
nuestro Padre Celestial se deslizó en sus palabras.
Su mayor
perplejidad era si debían someter el frágil cuerpo del niño a
dolorosos tratamientos para postergar su muerte o si era mejor que la
enfermedad siguiera su mortal curso.
Nos arrodillamos en círculo y yo tomé (dice el pastor) su inquieta manita mientras orábamos en la presencia de la activa misericordia de un Dios de amor.
Nos arrodillamos en círculo y yo tomé (dice el pastor) su inquieta manita mientras orábamos en la presencia de la activa misericordia de un Dios de amor.
Sus padres
me acompañaron hasta la puerta. Cuando volví a casa estudie los
grandes personajes de la Biblia -y- me dije, ya tengo la conclusión
de que no hay conexión entre la calidad de la fe de una persona y
de su protección de una muerte trágica. ¡Hay que tener una gran
fe!
Ami mente me viene recuerdos de otras personas que se lamentaban:
“Si yo tan sólo hubiera tenido más fe, mi hija habría sido
sanada”. Cierto es que los cristianos hablamos mucho de la fe y
sobretodo de la “curación por la fe” -tal vez hablamos
demasiado.
A menudo se supone que cuanto más fe uno tiene, mayor
será la probabilidad de que ocurra su sanación. Yo desearía que
hubiera más énfasis en la “supervivencia por fe”: aprender cómo
la fe de uno en Dios puede sobrevivir aun cuando uno sea sanado.
Y
sino, debemos aceptar la voluntad de Dios, ya que El sabe lo que es
mejor para nosotros. Satanás nos impele a creer que nuestra fe es
una sagrada póliza de seguro de vida; si invertimos la “prima de
fe” apropiadas, Dios está obligado a protegernos de la muerte.
Para los que sostienen este punto de vista, cada acontecimiento que
amenaza la vida es un acontecimiento que amenaza la fe, porque la
pérdida de fe es la pérdida de la vida eterna. Y lleva a la muerte
segunda.
Jesús, insistió en denominar la muerte como un sueño.
Un día muy cercano dirá a los que duermen:
¡Despertad! ¡Despertad! Los que dormís en el polvo. Resucitarán con un cuerpo transformado, y todos ascenderán hacia las mansiones eternas. Amen.
Maranata.
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