Ahora, pues,ninguna
condenación hay para los que está en Cristo Jesús, lo que no andan
conforme a la carne, sino conforme al Espíritu. Porque la ley del
Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado
y de la muerte. Rom. 8:1,2.
Se cuenta la
historia de Nicolás I, Zar de la gran Rusia. Nicolas acostumbraba a
usar el uniforme de soldado raso cuando pasaba revista a los
campamentos de la tropa en el frente. Cierta vez fue fue a un
campamento.
El hijo de uno de
los oficiales del Zar estaba a cargo de las finanzas de la
intendencia del regimiento. Desafortunadamente,
se había hecho de
malas compañía. Pronto la pasión por el juego lo dominó. Luego
de malgastar su dinero, se fue a la oficina para coger los fondos del
ejército.
La deuda fue cada
vez aumentando. La desesperación lo llevo al suicidio. Se dirigió
a la oficina muy tarde cuando todos estaban durmiendo, ya era de
noche, el silencio se podía cortar con la bayoneta. Se dirigió a
la oficina. Tomó las pocas monedas que quedaban en la caja y las
puso sobre la mesa.
Verificó la
cantidad defraudada. Tomó un lápiz y escribió estas palabras
debajo de la última entrada: “¿Quien podrá pagar esta deuda tan
grande?” Puso su revólver sobre la mesa, inclino la cabeza y
comenzó a pensar en su vida pasada y todo el mal que había hecho a
sus compañeros y poco después se quedo dormido.
El Zar vio la luz
del candelabro. La amistad con el padre del muchacho lo llevó a
investigar por qué el joven estaba dormido en la oficina tan tarde.
Silenciosamente abrió la cortina y lo vio dormido.
Se acerco silenciosamente a la mesa y vio lo que había escrito, inmediatamente comprendió la situación. Sin despertarlo, tomo la pluma y escribió: “Yo la pagaré. Nicolás I Zar de Rusia”. Luego salió de la oficina y siguió su camino.
Se acerco silenciosamente a la mesa y vio lo que había escrito, inmediatamente comprendió la situación. Sin despertarlo, tomo la pluma y escribió: “Yo la pagaré. Nicolás I Zar de Rusia”. Luego salió de la oficina y siguió su camino.
Poco después el
joven jugador se despertó sobresaltado. Sus ojos se detuvieron en
las palabras salvadoras que el Zar había escrito. Su falta había
sido perdonada. Su gran deuda había sido cancelada.
Meditemos por un
momento. ¿No es esto lo que el Señor Jesucristo ha hecho por tir y
por mi? Nuestros pecados por muy negros que sea nos han hecho
contraer una deuda de millones de monedas de oro, que somos
completamente incapaces de pagar.
Sin embargo, el
Señor Jesucristo, con tierna compasión y amor, vino hace dos mil
año, tomó la pluma, la empapo en su propia sangre, e indeleblemente
escribió: “Yo Pagare la deuda contraída del hombre, Cristo Jesús,
Rey de Reyes. Amen.
Promesa.
"Cuando nos veamos en estrecheces, debemos confiar en Dios. En todo trance debemos buscar ayuda en Aquel que tiene recursos infinitos". (MC. 31)
Maranata.
"Cuando nos veamos en estrecheces, debemos confiar en Dios. En todo trance debemos buscar ayuda en Aquel que tiene recursos infinitos". (MC. 31)
Maranata.
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La
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