Entonces el diablo le llevó a la
santa ciudad y le puso sobre el pináculo del templo, y le dijo: Si
eres Hijo de Dios, échate abajo. Mat. 4:5-6.
Muchos consideran este conflicto
entre Cristo y Satanás como si no tuviese importancia para su propia
vida; y para ellos tienen poco interés. Pero esta controversia se
repite en el dominio de todo corazón humano.
Nunca sale uno de las
filas del mal para entrar en el servicio de Dios, sin arrostrar los
asaltos de Satanás. Jesús afronta una verdadera crisis. Había sido
el hijo de un carpintero de la tierra de Nazaret.
La misión de
Cristo es de ir por las aldeas fuera de las grandes ciudades.Tenía
que anuncia “el Evangelio del reino”. Era la gran misión que le
había encomendado su Padre.
Pero había un gran interrogante: ¿Lo
escucharían? ¿Cómo podía llegar al corazón confuso y endurecido
de las multitudes? Son preguntas que hoy día preocupan aquellos que
predican el último mensaje al mundo.
En ese momento en que Cristo
meditaba en este asunto, el diablo (Satanás)llegó con una gran
“respuesta” a su problema. Lo llevó al pináculo del templo. La
vista era espectacular, veía la ciudad y a la gran multitud.
Allí
estaba la gran multitud a la cual tenia que llevar el mensaje de la
salvación.
Satanás le susurró: Si eres Hijos de Dios échate abajo; que escrito está: A sus ángeles mandará por ti, y alzarán en las manos, para que nunca tropieces con tu pie en piedra.”
Satanás le susurró: Si eres Hijos de Dios échate abajo; que escrito está: A sus ángeles mandará por ti, y alzarán en las manos, para que nunca tropieces con tu pie en piedra.”
El
tentador pensaba aprovechar de la humanidad de Cristo e incitarle a
la presunción. Satanás no podía obligar a Jesús a arrojarse. A
menos que Cristo cediese a la tentación, no podía ser vencido.
El
tentador no puede nunca obligarnos a hacer lo malo. No puede dominar
nuestra mente, a menos que la entreguemos a su dirección. La
voluntad debe consentir y la fe abandonar su confianza en Cristo,
antes que Satanás pueda ejercer su poder sobre nosotros.
Pero todo
deseo pecaminoso que acariciemos le da un punto de apoyo. Al resistir
esa tentación, Jesús nos enseño una lección a todos sus
seguidores. “Escrito está” Nuestra fe debe de aferrarse a las
promesas de Dios, y esta producirá la obediencia.
Si la fe de
nuestros primeros padres confiaron en el amor de Dios, y obedecieron
sus mandamientos. La nuestra debe de ser mayor que la de ellos, ya
que tenemos más evidencias del amor de Dios por nosotros.
En el
pináculo Cristo de mostró la lealtad a su Padre y una lección para
nosotros.
No es fe lo que reclama el favor del Cielo sin cumplir las condiciones bajo las cuales se concede una merced.
No es fe lo que reclama el favor del Cielo sin cumplir las condiciones bajo las cuales se concede una merced.
La fe verdadera
tiene su fundamento en las promesas y provisiones de las Escrituras.
MARANATA.
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