Y él se fue por el desierto un día de camino, y vino y se sentó debajo de un enebro; y deseando morirse, dijo: Basta ya, oh Jehová, quítame la vida, pues no soy mejor que mis padres. 1º Reyes 19:4.
Elías había sido fiel en su servicio a Dios. Había ensalzado siempre la verdad de Dios, aunque eso le trajo la ira del rey.
Había desafiado el poder de los sacerdotes de Baal demostrando a Israel que eran impostores, y que los dioses de madera y de piedra o bronce no tenían ningún poder, mientras el Dios viviente era todopoderoso. De repente ante la amenaza de Jezabel.
Elías huyó para salvar su vida. Olvido las muchas ocasiones en que Dios lo había salvado y bendecido. También nos ocurre a nosotros muy a menudo. Olvidó la presencia del Espíritu Santo que lo había guiado en tantas ocasiones y aventuras de la fe.
Ahora estaba sentado debajo del enebro y decidió que su obra para Dios había terminado, y quería morir. “Quítame la vida” le dijo al Señor. ¡qué error!
Su vida pertenecía a Dios, como la nuestra, y el quería decidir en lugar de Dios.
Nadie tiene el derecho de determinar cuándo debe terminar su obra por el Señor. Nadie tienen el derecho de decidir cuándo ha de morir.
Son decisiones que sólo Dios puede hacer. “ Siempre es sabio guardar silencio ante Jehová y esperar en él con paciencia” (Sal. 37:7).
Dios tenía para Elías otra obra que hacer, y envió a su ángel para hablarle de eso. Hace muchos años, conocí a un hombre que fue herido por una bala.
Los médicos le quitaron medio muslo, pero la herida no cicatrizaba. Sufría grandes dolores, y poco a poco se quedo con el hueso.
Maldecía y deseaba la muerte. ¿Porque estaba ese hombre ante mi presencia, cuando yo estaba pasando por un trance muy parecido? Si su dolor era intenso, no menos era el mio.
Sólo había una diferencia entre el y yo, mientras el maldecía yo pedía a Dios que me ayudara a soportar el dolor.
Yo no era creyente, pero mi Dios siempre me escuchaba. Hoy doy gracias a Dios, porque de muchas batallas y dolores me ha librado.
No es tiempo de sentarse debajo de un enebro lamentándose por la perdida de esta generación.
No es tiempo de desanimarnos. Es tiempo de recordar que no estamos solos.
El Espíritu de Dios está con nosotros. Así como en los tiempos de Elías y de Juan el Bautista, hay muchos que no han inclinado la rodilla ante Baal.
Dios ha llamado a cada uno de nosotros a hacer una obra especial. No es tiempo de pedir la muerte. Es tiempo de pedir vida.
Maranata
Luis
José de Madariaga.
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