viernes, 27 de noviembre de 2015

LOS PELIGROS DE LA DUDA


Dios no es hombre, para que mienta, ni hijo de hombre para que se arrepienta.   El dijo, ¿y no hará? ¿y no lo ejecutará? Núm. 23: 19.
Desde Adán hasta Abraham, hasta José había pocos hombre que dudaban de Dios. 

Moisés y Josué dos ejemplo a seguir, nunca dudaron de la palabra de Dios. Pero el pueblo era de dura cerviz, no creyeron en la palabra de Dios. 

Casi dentro de las puertas de la Santa Ciudad de Jerusalén, la inmensidad del pueblo de Dios duda. Los que están perpetuamente hablando de dudas y exigiendo evidencias adicionales para disipar sus nubes de incredulidad, no están edificando sobre la Palabra. 

Su fe descansa sobre circunstancias, están fundadas sobre el sentimiento. Pero el sentimiento, por más placentero que sea, no es fe. La Palabra de Dios es el fundamento sobre el cual debemos edificar nuestra esperanza del cielo. Los ateos tienen fe, pero esa fe no pasa más aya de la suela de su zapato. 

Es una desgracia muy grande ser un incrédulo crónico, mirando y pensando siempre en sí mismo. Mientra estás mirando al yo, mientras sea el tema de tus pensamientos y conversaciones cosas banales de la vida, no puedes esperar que tu carácter sea trasformado a la imagen de Cristo. 

El yo no es tu Salvador. No tienes cualidades redentora en ti mismo. 

El “yo” es un barquito muy frágil para tu fe. Apenas trates de confiar en él, se hundirá. A lancha salvavidas es tu única vía de escape. El Capitán del barco es Cristo, y en su barco hay muchas lanchas salvavidas, solo tienen que subirte a la lancha. 

Necesitamos una atmósfera renovada por el Espíritu de Dios. Necesitamos un carbón encendido del altar que toque nuestros labios. Necesitamos oír la palabra de Cristo: “Sé limpió” . Si hemos esparcido tinieblas, si hemos acumulado hojarasca y atesorado dudas, si hemos sembrado semillas en nuestro corazón y en la de los demás, que Dios nos ayude a ver nuestro pecado. 

No podemos permitirnos pronunciar una sola palabra de duda, porque ésta germinaría, crecerá y traerá una amarga cosecha. 

 Deberíamos hacer caso a la exhortación: 
“Sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir” (1º Ped. 1:15). Una duda, una semilla, oh una piedrecita, de duda, y ya estará más allá del poder del hombre matarla. Solamente Dios puede quitarla del alma. (M. 23). Amen.
Maranata
Luis José de Madariaga.
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La Biblia a través del tiempo.

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