Por encima del trono se destaca la cruz; y como en vista panorámica aparecen las escenas de la tentación, la caída de Adán y las fases sucesivas del gran plan de redención. (foto. Los ángeles tocan las trompeta anunciando el juicio).
El humilde nacimiento del Salvador; su juventud pasada en la sencillez y en la obediencia; su bautismo en el Jordán; el ayuno y la tentación en el desierto;
su ministerio público, que reveló a los hombres las bendiciones más preciosas del cielo; los días repletos de obras de amor y misericordia, y las noches pasadas en oración y vigilia en la soledad de los montes;
las conspiraciones de la envidia, del odio y de la malicia con que se recompensaron sus beneficios; la terrible y misteriosa agonía en Getsemaní, bajo el peso anonadador de los pecados de todo el mundo;
la traición que lo entregó en manos de la turba asesina; los terribles acontecimientos de esa noche de horror: el preso resignado y olvidado de sus discípulos más amados, arrastrado brutalmente por las calles de Jerusalén;
el Hijo de Dios presentado con visos de triunfo ante Anás, obligado a comparecer en el palacio del sumo sacerdote, en el pretorio de Pilato, ante el cobarde y cruel Herodes; ridiculizado, insultado, atormentado y condenado a muerte.
Todo eso está representado a lo vivo. (foto. El trono de Dios y el juicio.
Luego, ante las multitudes agitadas, se reproducen las escenas finales: el paciente Varón de dolores recorriendo el sendero del Calvario; y el Príncipe del cielo colgado de la cruz.
Los sacerdotes altaneros y el populacho escarnecedor ridiculizando la agonía de la muerte; la oscuridad sobrenatural; el temblor de la tierra, las rocas destrozadas y los sepulcros abiertos que señalaron el momento en que expiró el Redentor del mundo.
La escena terrible se presenta con toda exactitud.
Satanás, sus ángeles y sus súbditos no pueden apartar los ojos del cuadro que representa su propia obra.
Cada actor recuerda el papel que desempeñó. . .
Todos contemplan la enormidad de su culpa. En vano procuran esconderse ante la divina majestad de su presencia que sobrepuja el resplandor del sol,
mientras que los redimidos echan sus coronas a los pies del Salvador, exclamando:
"¡Él murió por mí!". (foto el sufrimiento de Cristo, no se puede comparar con nada de este mundo)
MARANATA.
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