He aquí que en las palmas de las manos te tengo esculpida; delante de mí están siempre tus muros. Isa. 49: 16.
Viajando por las montañas de Teruel (España) en el año 1978, mi compañero y yo, descubrimos cantidad de huellas de dinosaurio, y una gran cantidad de fósiles marinos, trilobites, Amonites etc. Todas estas huellas fueron hechas antes del diluvio.
El tiempo y los elementos naturales fueron incapaces de borrarlas. Aunque donde más hemos encontrado es en Africa. Los arqueólogos a menudo encuentra en antiguas ruinas piedras sobre las cuales están esculpidos los nombres de reyes.
Esos grabados han durado tanto como las mismas piedras. Son evidencias de civilizaciones anteriores a la nuestra.
La gente que vivió en aquella época era muy semejante a la nuestra: demasiados ocupados para darle mucha atención a las cosas espirituales.
El hambre la enfermedad o alguna calamidad abarcaron con su existencia. Las mismas cosas pueden acabar con la nuestra.
Pinturas rupestres, escrituras cuneiformes, la Piedra Rosetta y otros grandes descubrimientos arqueológicos nos ayudan a conocer la historia de los pueblos antiguos.
Hay algo más permanente que las piedras y los pergaminos que han dejado la historia esculpidas en ellas. Es el amor de Jesús que ha dejado esculpida en una cruz. Ese amor tierno de Jesús durará más que ninguna piedra o cosa de este mundo. Su amor es tan grande que vino a esta tierra para ser colgado en un madero por nuestros pecados.
Mientras los clavos traspasaban sus manos, comenzaba el proceso de grabar la historia del pecado. Si no hubiese existido el pecado en el mundo, no hubiera habido necesidad de la crucifixión.
Las huellas de los clavos también nos dice que un Dios sabio tenía un plan de salvación para el hombre. Los surcos en las manos del Redentor siempre contarán la historia de la salvación.
Los hombres que se entregan a él no parten con grandes cicatrices. Cristo jamás borrara esos nombres que han dejado su vida por él.
Cristo pago un alto precio por ellos fue demasiado grande Sólo nosotros podemos borrarlos.
Sólo nosotros podemos levantar una pared que nos separa de Jesús. El hace que nuestros nombres sean fácilmente esculpidos en sus manos.
Nos ha concedido el mayor don, la más alta condecoración que el hombre puede tener. El Espíritu Santo para guiarnos a través de los laberintos del pecado que Satanás ha puesto en nuestro camino.
El Espíritu nos ayudará a ser vencedores. Los brazos de Jesús estaban extendidos para dar la bienvenida a los que aceptan su sacrificio expiatorio. Al estar unidos con Cristo mediante su Espíritu, dejemos huellas en el sendero de la vida que conduzcan a otros a Cristo.
Maranata
Luis
José de Madariaga.
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segunda venida apocalíptica.
La
Biblia a través del tiempo.
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