Ningún miembro de la familia puede encerrarse en sí mismo . . . Si está lleno del amor de Cristo, manifestará cortesía, amabilidad, tierna consideración por los sentimientos de los demás, y le impartirá, por medio de sus actos de amor, una tonalidad, suave, agradable y feliz a sus relaciones.
Será evidente que vive para Jesús, que está aprendiendo diariamente lecciones a sus pies, y recibiendo su luz y su paz.-YI 22-6-1893.
El cultivo más esmerado del decoro externo no basta para acabar con el enojo, el juicio implacable y la palabra inconveniente. El verdadero refinamiento no traslucirá mientras se siga considerando al yo como objeto supremo. El amor debe residir en el corazón.
Entre todo lo buscado, apreciado y cultivado, nada hay que sea tan valioso a la vista de Dios como un corazón puro y una disposición impregnada de agradecimiento y paz.
Si en el corazón existe la divina armonía de la verdad y del amor, ella resplandecerá en las palabras y los actos . . . Debe morar en el corazón el espíritu de la benevolencia genuina. El amor imparte a quien lo posee gracia, recato y modestia en la conducta.
El amor ilumina el rostro y suaviza la voz, refina y eleva a todo el ser. Lo pone en armonía con Dios, porque es un atributo celestial.-HAd 385, 386. 83
G. W.
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