lunes, 9 de abril de 2012

APRENDAMOS DE CRISTO.

Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. Mat. 11: 29.

Solamente con la ayuda del Maestro divina podemos comprender las verdades de la palabra de Dios. En su escuela aprenderemos cómo ser mansos y humildes. El nos revela cómo comprender los misterios de la piedad.-MS 99, 1902. (foto. Cristo llevo el yugo, pesada carga)

Que todos los que deseen adquirir la más elevada educación, aprendan . . .que Dios está cerca de todos los que lo buscan de todo corazón. Mientras más contemplemos el carácter de Dios, más humildes llegamos a ser, y más baja es la estimación de nuestro propio yo.

Esta es ciertamente la evidencia de que el que eso hace contempla a Dios, y está unido a Jesucristo. A menos que seamos mansos y humildes, no podremos en verdad pretender que tenemos el más mínimo concepto del carácter de Dios. (foto. Todos lo contemplaron).

Los hombres pueden pensar que poseen cualidades superiores. Sus espléndidos talentos, su gran erudición o elocuencia, su actividad y celo, pueden deslumbrar el ojo, deleitar la fantasía, y despertar la admiración de los que no pueden ver bajo la superficie.

Pero a menos que la humildad y la modestia estén vinculadas con esos otros dones, se verá la glorificación y la exaltación propias. A menos que cada cualidad sea consagrada al Señor, a menos que aquellos a quienes el Señor ha confiado sus dones busquen esa gracia que solamente puede obrar para que tales cualidades sean aceptas por Dios, serán considerados por el Señor . . .como siervos inútiles.

"Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado; al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios" . . . Aquellos cuyo corazón esté ablandado y sometido, que hayan visto las gloriosas manifestaciones del carácter de Dios, no revelarán presunción descuidada . . . (.foto. Pedro y Pablo E. G. W. lo contemplaron, nosotros también lo podemos hacer).

El yo se perderá en la conciencia que tienen de la maravillosa gloria de Dios, y de su propia completa indignidad.-Carta 87, 1896. 71
G. W.

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