Una de las preguntas que el cristiano debe hacerse es:¿Cual es el papel de nuestra fuerza de voluntad en la batalla contra el yo y el pecado?
Y la segunda es: ¿Cómo podemos evitar el error de permitir que nuestros sentimientos gobierne las decisiones que tomamos? Y la última es:
¿Por qué debemos preservar, y no rendirnos cuando estamos en el crisol de la prueba? A través de la historia del cristiano, vemos como hombres y mujeres fueron probados hasta sus límites. Podríamos mencionar a muchos hombre de la antigüedad.
Uno de los que más me llama la atención es “Policarpo” anciano de la iglesia de Esmirna. Hombre temeroso de Dios, no defraudo a su Dios.
Fue quemado en una hoguera, bajo el emperador romano Antonino Pío (T. Aurelius Fulvus Boionius Arrius Aantoninus 138-161 d.C.9.)
Sus palabra fueron antes de morir: Durante 86 años lo he servido a mi Dios, y él no me ha hecho ningún mal. ¿Cómo podría maldecir a mi Rey, que me salvó?
La lucha contra el pecado y contra el yo, se vence por medio de la lealtad a Dios. Policarpo luchó con la gracia de Dios, a sus inclinaciones, y obtuvo la victoria, pues de lo contrario no hubiera sido fiel a su Señor.
Podríamos hablar de David, de Pablo, y de los miles de mártires que alabaron a Dios a través de las pruebas y las persecuciones de la vida.Y nosotros nos quejamos por una prueba física, aunque dolorosa y a veces difícil de llevar humanamente, no confiamos en nuestros Dios.
“Yo” me pongo el primero. Aquellos primeros cristianos alabaron a Dios desde las llamas, desde las estacas, desde las celdas de la prisión y de las cámaras de tortura.
Todos ellos no pensaron en la injusticia, no calcularon en la relación costo y beneficio de sus actos. Todos ellos amaban y confiaban en su Dios.
Por más dura que sea la lucha en esta tierra, mayor será la gloria para nuestro Dios. La fidelidad para con Dios, tiene un precio, y una recompensa.
Todos debemos pasar por el crisol, pero lo más importante es, ser victoriosos con la fuerza de nuestro Dios. Debemos amar y confiar en Dios, y no dudando en sus promesas.
El morir por Cristo es un privilegio, y el vivir por Cristo es un honor. Tenemos la promesa de la resurrección, y considerando que la muerte no es más que un momento en el tiempo en su derrotero para encontrarnos con nuestro Señor.
MARANATA.
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