sábado, 24 de diciembre de 2011

EL JUICIO FINAL.

Vi a los muertos, grandes y pequeños, de pie ante Dios; . . . y fueron juzgados los muertos por las cosas que estaban escritas en los libros, según sus obras. (Apoc. 20:12).

Entonces Cristo reaparece a la vista de sus enemigos. Muy por encima de la ciudad, sobre un fundamento de oro bruñido, hay un trono alto y encumbrado. En el trono está sentado el Hijo de Dios, y en torno suyo están los súbditos de su reino. Ningún lenguaje, ninguna pluma pueden expresar ni describir el poder y la majestad de Cristo.

La gloria del Padre eterno envuelve a su Hijo. El esplendor de su presencia llena la ciudad de Dios, rebosando más allá de las puertas e inundando toda la tierra con su brillo.

Inmediatos al trono se encuentran los que fueron alguna vez celosos en la causa de Satanás, pero que, cual tizones arrancados del fuego, siguieron luego a su Salvador con profunda e intensa devoción. Vienen después los que perfeccionaron su carácter cristiano en medio de la mentira y de la incredulidad, los que honraron la ley de Dios cuando el mundo cristiano la declaró abolida, y los millones de todas las edades que fueron martirizados por su fe. (foto todos están delante de Dios en el Juicio final).

Y más allá está la "grande muchedumbre, que nadie puede contar, de entre todas las naciones, y las tribus, y los pueblos, y las lenguas. . . de pie ante el trono y adelante del Cordero, revestidos de ropas blancas, y teniendo palmas en sus manos" (Apoc. 7: 9, VM). . .

Los redimidos entonan un canto de alabanza que se extiende y repercute por las bóvedas del cielo: "¡Atribúyase la salvación a nuestro Dios, que está sentado sobre el trono, y al Cordero!" (Vers. 10). Ángeles y serafines unen sus voces en adoración. . .

En presencia de los habitantes de la tierra y del cielo reunidos, se efectúa la coronación final del Hijo de Dios. Y entonces revestido de suprema majestad y poder, el Rey de reyes falla el juicio de aquellos que se rebelaron contra su gobierno, y ejecuta sentencia contra los que transgredieron su ley y oprimieron a su pueblo. . .

Apenas se abren los registros, y la mirada de Jesús se dirige hacia los impíos, éstos reconocen todos los pecados que cometieron.
G.W.

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