Este mensaje [Apoc. 14: 6,7] es declarado parte del "evangelio eterno". La predicación del Evangelio no ha sido encargada a los ángeles, sino a los hombres. En la dirección de esta obra se han empleado ángeles santos y ellos tienen a su cargo los grandes movimientos para la salvación de los hombres; pero la proclamación misma del Evangelio es llevada a cabo por los siervos de Cristo en la tierra.
Hombres fieles, obedientes a los impulsos del Espíritu de Dios y a las enseñanzas de su Palabra, iban a pregonar al mundo esta amonestación. Eran los que habían estado atentos a la firme. . . "palabra profética" la "antorcha que alumbra en lugar oscuro hasta que el día esclarezca, y el lucero de la mañana salga" (2 Ped. 1: 19). Habían estado buscando el conocimiento de Dios más que todos los tesoros escondidos, estimándolo más que "la ganancia de plata" y "su rédito" más "que el oro puro" (Prov. 3: 14, VM). Y el Señor les reveló los grandes asuntos del reino. "El secreto de Jehová es para los que le temen; y a ellos hará conocer su alianza" (Sal. 25: 14).
Los que llegaron a comprender esta verdad y se dedicaron a proclamarla no fueron los teólogos eruditos. Si éstos hubiesen sido centinelas fieles y hubieran escudriñado las Santas Escrituras con diligencia y oración, habrían sabido qué hora era de la noche; las profecías les habrían revelado los acontecimientos que estaban por realizarse. Pero tal no fue su actitud, y fueron hombres más humildes los que proclamaron el mensaje. Jesús había dicho: "Anda entre tanto que tenéis luz, para que no os sorprendan las tinieblas" (Juan 12: 35). Los que se apartan de la luz que Dios les ha dado, o no la procuran cuando está a su alcance, son dejados en las tinieblas. Pero el Salvador dice también: "El que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida" (Juan 8: 12). Cualquiera que con rectitud de corazón trate de hacer la voluntad de Dios siguiendo atentamente la luz que ya le ha sido dada, recibirá aún más luz; a esa alma le será enviada alguna estrella de celestial resplandor para guiarla a la plenitud de la verdad.*
E. G. White (Maranatha, día 16)
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