La palabra envidia, en hebrero quinah, significa literalmente ambición desmedida. En el concepto bíblico, es una enfermedad del alma. Salomón la llama “carcoma de los huesos”. Carcomer es roer, consumir, corroer, apolillar. La carcoma pudre lentamente lo que toca. Tú no te das cuenta. Cuando abres los ojos, todo está descompuesto.
San Juan Crisóstomo acostumbraba decir: “De la misma forma que la polilla destruye mi ropa, así la envidia consume la vida”.
La envidia duele no por lo que te falta a ti, sino por lo que los otros tienen. Nace la comparación. Lo que tortura al envidioso es la idea absurda de que los otros son más felices que él. El apóstol San Pablo dice a los corintios: “Porque no nos atrevemos a contarnos ni a compararnos con algunos que se alaban a sí mismos; pero ellos, midiéndose a sí mismos por sí mismos, y comparándose consigo mismos, no son juiciosos”.*
La insensatez es contraria a la sabiduría. Es irracionalidad, pero controla la vida de mucha gente. Domina y subyuga las emociones, al punto de incapacitar para la felicidad. Una persona envidiosa sufre en el silencio del corazón, agoniza por dentro, llora a escondidas.
Como toda enfermedad, la envidia tiene remedio. Siendo una enfermedad del alma, es evidente que su cura, más que mental o emocional, es espiritual. Cuando tú vas a Jesús y le abres tu corazón, el Señor abre tus ojos para que veas una nueva dimensión de la vida. Tú ves los desafios, las metas, las montañas altas a escalar. No pierdas el tiempo mirando a los costados. Tu lucha no es contra los otros. Es contra ti mismo. El éxito de los otros, ya no te duele. Estás listo para volar por el azul infinito de la felicidad.
Tú y yo tenemos una larga jornada de crecimiento interior, pero no estamos solos. No te atrevas a comenzar el proceso de recuperación solo. Si lo haces, corres el riesgo de terminar en el desierto del cinismo espiritual.
Abre tus ojos y contempla el sol y la vida. Observa las maravillas de la creación. Tú eres parte de esa maravilla. El blanco de tu vida no es llegar a donde los otros llegan, sino alcanzar el plan divino para ti. Sé feliz, porque:
“El corazón apacible es vida de la carne; mas la envidia es carcoma de los huesos”.
* 2 Cor. 10:12.
Pr. Alejandro BullónC
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