domingo, 18 de octubre de 2009

CON FRECUENCIA UN PECADO LLEVA A OTRO

Entonces se encendió el furor de David en gran manera contra aquel hombre, y dijo a Natán: Vive Jehová, que el que tal hizo es digno de muerte" (2 Sam. 12: 5).

La Biblia tiene poco que decir en alabanza de los hombres. Dedica poco espacio a relatar las virtudes hasta de los mejores hombres que jamás hayan vivido. Este silencio no deja de tener su propósito y su lección. Todas las buenas cualidades que poseen los hombres son dones de Dios; realizan sus buenas acciones por la gracia de Dios manifestada en Cristo...

El espíritu de confianza y ensalzamiento de sí fue el que preparó la caída de David... Según las costumbres que prevalecían entre los soberanos orientales de aquel entonces, los crímenes que no se toleraban en los súbditos quedaban impunes cuando se trataba del rey; el monarca no estaba obligado a ejercer el mismo dominio de sí que el súbdito. Todo esto tendía a aminorar en David el sentido de la perversidad excesiva del pecado... Tan pronto como Satanás pueda separar el alma de Dios, la única fuente de fortaleza, procurará despertar los deseos impíos de la naturaleza carnal del hombre...

Pero cuando él estaba cómodo, tranquilo y seguro de sí mismo, se separó de Dios, cedió a las tentaciones de Satanás, y atrajo sobre su alma la mancha de la culpabilidad... Betsabé, cuya hermosura fatal había resultado ser una trampa para el rey, era la esposa de Urías el heteo, uno de los oficiales más valientes y más fieles de David... No había sino una manera de escapar, y en su desesperación se apresuró a agregar un asesinato a su adulterio...

El profeta Natán recibió órdenes de llevar un mensaje de reprensión a David. Era un mensaje terrible en su severidad. A pocos soberanos se les podría haber dirigido una reprensión sin que el mensajero perdiese la vida... Apelando a David como al guardián divinamente designado para proteger los derechos de su pueblo, el profeta le relató una historia de agravio y opresión que exigía justicia y castigo.

Natán fijó los ojos en el rey; y luego, alzando la mano derecha, le declaró solemnemente: "Tú eres aquel hombre. ¿Por qué pues --continuó-- tuviste en poco la palabra de Jehová, haciendo lo malo delante de sus ojos?" Como David, los culpables pueden procurar que su crimen quede oculto para los hombres; pueden tratar de sepultar la acción perversa para siempre, a fin de que el ojo humano no la vea ni lo sepa la inteligencia humana; pero "todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta".

El reproche del profeta conmovió el corazón de David; se despertó su conciencia; y su culpa le apareció en toda su enormidad. Su alma se postró en penitencia ante Dios. Con labios temblorosos exclamó: "Pequé contra Jehová" (Patriarcas y profetas, págs. 775-780).

E. G. White

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