lunes, 12 de octubre de 2009

¡ DEMASIADO TARDE!

El que encubre sus pecados no prosperará; mas el que los confiesa y se aparta alcanzará misericordia. (Prov. 28: 13).

Acán reconoció su culpabilidad, pero lo hizo cuando ya era muy tarde para que su confesión le beneficiara. Había visto los ejércitos de Israel regresar de Hai derrotados y desalentados; pero no se había adelantado a confesar su pecado. Había visto a Josué y a los ancianos de Israel postrarse en tierra con indecible congoja. Si hubiera hecho su confesión entonces, habría dado cierta prueba de verdadero arrepentimiento; pero siguió guardando silencio. Había escuchado la proclamación de que se había cometido un gran delito, y hasta había oído definir claramente su carácter. Pero sus labios quedaron sellados. Luego se realizó la solemne investigación. ¡Cómo se estremeció de terror su alma cuando vio que se señalaba a su tribu, luego su familia y finalmente su casa! Pero ni aún entonces dejó oír su confesión, hasta que el dedo de Dios le tocó, por así decirlo. Entonces cuando su pecado ya no pudo ocultarse, reconoció la verdad. ¡Cuán a menudo se hacen semejantes confesiones!

Hay una enorme diferencia entre admitir los hechos una vez probados, y confesar los pecados que sólo nosotros y Dios conocemos. Acán no hubiera confesado su pecado si con ello no hubiera esperado evitar las consecuencias. Pero su confesión sólo sirvió para demostrar que su castigo era justo. No se había arrepentido en verdad de su pecado; no había sentido contrición, ni cambiado de propósito, ni aborrecía lo malo.

Así también formularán sus confesiones los culpables cuando estén delante del tribunal de Dios, después que cada caso haya sido decidido para la vida o para la muerte. . . Cuando se abran los registros del cielo, el Juez no declarará con palabras su culpa a los hombres, sino que le bastará con lanzar una mirada penetrante, que evocará vívidamente toda acción y toda transacción de la vida, en la memoria del obrador de iniquidad. La persona no tendrá que ser buscada. . . sino que sus propios labios confesarán su vergüenza. Los pecados ocultos al conocimiento de los hombres serán entonces proclamados al mundo entero (Patriarcas y Profetas, págs. 532, 533).

Si tenéis pecados que confesar, no perdáis tiempo. Los momentos son de oro. "Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad" (1 Juan 1: 9) (Mensajes Selectos, tomo 1, pág. 414).

E. G. White.

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