Durante esa época del año, la primavera, las nieves derretidas de las montañas habían hecho crecer tanto el Jordán que el río se había desbordado, y era imposible cruzarlo en los vados acostumbrados. Dios quería que el cruce del Jordán por Israel fuese milagroso...
A la hora señalada comenzó el avance. El arca, llevada en hombros de los sacerdotes, encabezaba la vanguardia... Todos observaron con profundo interés cómo los sacerdotes bajaban hacia la orilla del Jordán. Los vieron avanzar firmemente con el arca santa en dirección a la corriente airada y turbulenta, hasta que los pies de los portadores del arca tocaron el agua. Entonces, las aguas que venían de arriba fueron rechazadas de repente, mientras que las de abajo siguieron su curso, y se vació el lecho del río...
Cuando todo el pueblo hubo pasado, se llevó el arca a la orilla occidental. En cuanto llegó a un sitio seguro, y "las plantas de los pies de los sacerdotes estuvieron en seco", las aguas aprisionadas, quedando libres, se precipitaron hacia abajo por el cauce natural del río en un torrente irresistible.
Las generaciones venideras no debían carecer de testimonio con referencia a este gran milagro. Mientras los sacerdotes que llevaban el arca estaban aún en medio del Jordán, doce hombres escogidos con anticipación, uno de cada tribu, se encargaron de tomar cada uno una piedra del cauce del río donde estaban los sacerdotes, y las llevaron a la orilla occidental. Estas piedras habían de acomodarse en forma de monumento en el primer sitio donde acampara Israel después de cruzar el río...
Este milagro ejerció gran influencia, tanto sobre los hebreos como sobre sus enemigos. Por él Dios daba a Israel una garantía de su continua presencia y protección, una evidencia de que obraría en su favor por medio de Josué como lo había hecho por medio de Moisés...
Este ejercicio del poder divino en favor de Israel estaba destinado también a aumentar el temor con que lo consideraban las naciones circunvecinas y a ayudarle así a obtener un triunfo más fácil y más completo... Tanto a los cananeos como a todo Israel y al mismo Josué, se les habían dado evidencias inequívocas de que el Dios viviente, el Rey del cielo y de la tierra, estaba entre su pueblo y no los dejaría ni los desampararía (Patriarcas y profetas, págs. 517-519).
E. G. White
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