EL UNGIMIENTO DEL AMOR.

“Y cuando Jesús en Betania, en casa de Simón el leproso, vino a él una mujer, con un vaso de alabastro de perfume de gran precio, y lo derramó sobre la cabeza de él, estando sentado a la mesa” Mateo 26:6-7.

Simón era un hombre que había sido sanado de la lepra, que a la sazón era la más temida. El protagonista de este relato era la acción de una mujer pecadora. 

Que a la sazón podemos ser cada uno de nosotros. Simón como buen judío, se sentía discípulo de Jesús, pero dentro de su corazón aun había dudas, no estaba completamente convencido. 

Esto nos puede pasar a nosotros, podemos estar en la iglesia muchos años pero no estamos convertidos. 

Los apóstoles creían en Jesús, pero aun en su corazón había dudas, no fue aclaradas hasta que Cristo resucito. 

A nosotros nos puede pasar lo mismo, podemos tener experiencias con él Señor, vivir una vida piadosa, y no estar convertidos realmente. 

Esto es lo que le paso a Simón. La fiesta fue ofrecida a Jesús y en ella se encontraba Lazaro como invitado de honor. 

No todos corazones estaban convertidos, pues Judas fue el primero en criticar el derroche del perfume. 

La critica es el peor mal que el hombre debe de desterrar de su mente y corazón, es una espada de doble filo. 

Maria estaba tan agradecida a Jesús, que expreso su amor derramando un perfume de alabastro. El amor se puede expresar de muchas maneras hacia los de más. 

El amor es la base del cristiano hacia su Creador y hacia el ser humano; sin amor no podemos entender el amor de Jesús. Vemos que este amor demostrado preparo a Jesús para la tumba. 

Cristo se deleitaba en la actitud de Maria de hacer la voluntad del Señor. Esto mismo ocurrió con los hijos de Dios que dieron todo lo que tenían, en la Edad Media. 

Nosotros los que vivimos hoy, debemos derramar el perfume de la palabra de Dios sobre los hombres, para que se aperciban del gran sacrificio que ofreció Cristo por nosotros. 

Maria, movida por el poder del Espíritu Santo, vio en Cristo a Aquel que había venido a buscar y a salvar las almas que estaban por perecer. 

Creo sinceramente que cada discípulo debía hacer lo mismo, dar el último mensaje, para que muchos crean en un Dios de amor.

MARANATA.

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