Génesis 9:29; Marcos 5:1-43
El poder de Jesús es nuestra garantía de verdadera libertad. El Señor nos ha librado de la culpabilidad y el poder del pecado, y cuando venga en gloria nos librará de la presencia del pecado.
A pesar de todas las manifestaciones de su gran poder, hay quienes hoy todavía sufren bajo el peso del pecado; quizás no abiertamente, pero sí a través de desafíos en su vida personal.
El enemigo es un adversario tenaz, que como lo demuestra la historia de estos desdichados (Mateo dice que fueron dos), no suelta fácilmente a sus víctimas.
Probablemente habían sentido el efecto de la tormenta (Mar. 4:35-41) y observado que súbitamente se había calmado. Después de este fenómeno, la barca de Cristo era lo primero que vieron.
La curiosidad diabólica, al no tener información de lo que Dios hace, los llevó a acercarse.
El milagro de la tormenta les indicaba que esto tenía que ser la intervención de Dios y su temor se vio confirmado cuando reconocieron al Hijo de Dios.
Jesús también reconoció al adversario tantas veces derrotado. Ahora iba a demostrar ante el universo que, no importa por cuánto tiempo pueda el diablo ejercer algún tipo de control, ni cuántas legiones haya de demonios, el Señor triunfará sobre el mal.
El encuentro de Jesús con los endemoniados es una clara indicación de que Jesús lleva la batalla al terreno del enemigo.
Lo hizo al venir a la tierra; lo hizo al ir a la región donde estaban los endemoniados; lo hizo al confrontar a los individuos endemoniados.Él nunca nos deja solos, y no importa las ventajas que el diablo pueda tener (ventaja de entorno, de tiempo, de circunstancias), Jesús siempre tiene la autoridad para decir al enemigo:
“Sal de este hombre': La palabra de esperanza para el endemoniado y para nosotros es: Cristo tiene autoridad para librar a cualquiera. Disfruta de la libertad que él te da.
La palabra poderosa de Jesús para reprender el mal y el maligno es nuestra gran esperanza de victoria. Él lo ha hecho, lo está haciendo y lo seguirá haciendo por nosotros.
Confiando en él, podemos vencer el mal; dependiendo de él, podemos ser victoriosos.
“Era el derecho de Cristo conferido por Dios, curar los dolores de una raza pecadora, y ahora reprendía la enfermedad y difundía a su alrededor vida, salud y paz” (PVGM 17).
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