Pero sólo una cosa es necesaria, y maría ha escogido la buena parte, la cual no le será quitada. Luc. 10:10:42
Cuando todavía era joven, María había sido inducida al pecado por un pariente cercano. El complejo de culpa se apoderó de su corazón y perdió el respeto propio y la dignidad.
Entonces se entregó a una vida sin límites para el placer y la sensualidad. Fue en esas circunstancias en que conoció a Jesús.
Su vida fue transformada por el poder del Espíritu Santo, vio el amor compasivo de Dios reflejado en Jesús. Jesús se quedó durante algunos días en su casa, y en esa experiencia de compañerismo y comunión con la fuente de poder, María conoció la victoria sobre el pecado.
Pero un día Jesús dejó Magdala, la tierra donde vivía la mujer de nuestra historia, y con el tiempo ella olvidó que "sin Jesús nada podéis hacer".
Las promesas de fidelidad duraron algunos días, tal vez algunas semanas, porque el hombre sin Cristo, tarde o temprano, volverá a sus caminos antiguos, y eso fue lo que sucedió con Maria.
Estamos hablando de María, "que se llamaba Magdalena, de la que habían salido siete demonios" (S. Lucas 8:2). Un día -tú conoces la historia- volvió a caer. Fue un escándalo público.
La arrastraron por la calle, semidesnuda. Había sido descubierta en el pecado. No había argumentos que la defendiera. Estaba perdida, acabada, sin esperanza y sin futuro. La multitud la contemplaba como las fieras contemplan a la víctima, antes de darle el mordisco fatal.
En esas circunstancias apareció nuevamente Jesús. María pensaba que a Jesús ya no le importaría nada su vida. Al fin de cuentas, "¿no lo había traicionado tantas veces?
¿No había prometido tantas veces sin cumplir nunca? ¿Por qué razón debería Jesús amarla? ¿Qué cosa buena podía ver alguien en esa vida llena de fracasos”
Pero Jesús es el amigo de los perdidos. Siempre aparece cuando nosotros, estamos desesperados, cuando estamos cansados de luchar y flaque nuestras fuerzas y estamos perdidos avergonzados y abatidos.
Todo el mundo se fue y quedaron a solas Jesús y María. "Vete y no peques más", le dijo el Maestro (S. Juan 8:11). El corazón de María se enterneció.
Se quedó junto a Jesús, y él, sin duda, le explicó el secrete de la victoria, el secreto de que no es posible obedecer solos, con nuestras únicas fuerzas. María necesitaba depender de Jesús.
A partir de ese instante encontramos a María a los pies de Jesús (enjugando sus pies, oyendo las palabras de amor del Maestro), al pie de la cruz, al pie de la tumba; siempre a los pies de Jesús y, lo que es más impresionante, nunca más derrotada.
Había descubierto el secreto de la victoria: estar siempre al lado de Jesús. Haz de este día un día de comunión con Jesús, y experimenta en tu vida las victorias de María.
MARANATA.
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