
Cuando entremos en el reino de Dios para pasar allí la eternidad, las pruebas, las dificultades y las perplejidades que tuvimos, se hundirán en la insignificancia. En el hogar de los redimidos no habrá lágrimas, ni cortejos fúnebres, ni indicios de luto.
"No dirá el morador: Estoy enfermo: al pueblo que

Les da la potest

Señor vendrá pronto. Alegre nuestro corazón esta esperanza. . .
Vamos hacia la patria. El que nos amó al punto de morir por nosotros, nos ha edificado una ciudad. La Nueva Jerusalén es nuestro lugar de descanso. No habrá tristeza en la ciudad de Dios. Nunca más se oirá el llanto ni la endecha de las esperanzas destrozadas y de los afectos tronchados. Pronto las vestiduras de pesar se trocarán por el manto de bodas.
Pronto presenciaremos la coronación de nuestro Rey. Aquellos cuya vida qu
No transcurrirá mucho tiempo antes que veamos a Aquel en quien ciframos nuestras esperanzas de vida eterna. Y en su presencia todas las pruebas y los sufrimientos de esta vida serán como nada. . . Alzad los ojos, sí, alzad los ojos y permitid que vuestra fe aumente de continuo.
Dejad que esta fe os guíe a lo largo de la senda estrecha que, pasando por las puertas de la ciudad de Dios, nos lleva al gran más allá, al amplio e ilimitado futuro de gloria destinado a los redimidos.
G. W.
No hay comentarios:
Publicar un comentario