Porque yo sé que mandará a sus hijos y a su casa después de sí, que guarden el camino de Jehová, haciendo justicia y juicio. (Gén. 18: 19).
Un hombre es a la vista de Dios lo que es en su familia. La vida de Abrahán, el amigo de Dios, estuvo señalada por el estricto cumplimiento de la palabra de Jehová.
Cultivaba la religión del hogar. El temor de Dios llenaba su casa. El era el sacerdote de su hogar.
Consideraba su familia como un depósito sagrado. Su casa constaba de más de mil miembros, y los dirigía a todos, padres e hijos, hacia el Soberano divino.
No sufría opresión paterna por un lado ni desobediencia filial por el otro. Mediante la influencia combinada del amor y la justicia, gobernó su casa en el temor de Dios y el Señor dio testimonio de su lealtad (Carta 144, 1902).
El "mandará. . . a su casa". No habría descuido pecaminoso en poner freno a las malas propensiones de sus hijos, ni favoritismo indulgente, necio y débil o renuncia a la convicción del deber a causa de un afecto mal entendido.
Abrahán no sólo daría la instrucción apropiada, sino que mantendrá la autoridad de las leyes justas y correctas.
Cuán pocos hay en nuestros días que siguen este ejemplo. De parte de demasiados padres hay un sentimentalismo ciego y egoísta,
que se manifiesta dejando a los hijos con sus juicios deformados y pasiones indisciplinadas, bajo el dominio de su propia voluntad.
Esta es la peor crueldad que se le puede hacer a la juventud y un gran mal para el mundo. La indulgencia de los padres causa desorden en las familias y en la sociedad.
Reafirma en la juventud el deseo de seguir las inclinaciones, en vez de someterse a los requerimientos divinos (Manuscrito 22, 1904).
Padres e hijos por igual pertenecen a Dios y deben someterse a su gobierno. Abrahán gobernó su casa mediante el afecto y la autoridad combinadas.
La palabra de Dios nos ha dado reglas para que nos sirvan de guía. Estas reglas forman la norma de la que no debemos desviarnos para seguir su camino.
La voluntad del Señor debe ser suprema. La pregunta que debemos hacer no es: ¿Qué han hecho otros? ¿Qué pensarán mis familiares? o,
¿Qué dirán si sigo este camino? sino, ¿Que ha dicho Dios? Ni padres ni hijos pueden verdaderamente prosperar en camino alguno que no sea el camino del Señor (Testimonies, tomo 5, pág. 548).
MARANATA
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