Oh Señor, ninguno hay como tú entre los dioses; ni obras que igualen tus obras. Sal. 86.8
Tu actitud ante las dificultades de la vida, depende de la dimensión de tu Dios.
Si tu Dios es pequeño, fabricado, imaginado, cualquier problema será una barrera imposible de traspasar.
El ser humano es contradictorio. Le gustan los pequeños dioses apenas para calmar la conciencia.
Dioses en forma de “llaveros”, “amuletos”, “energía”, “luz”, “aura”. La criatura muchas veces dice: “Dios está en todo”. Y lo repite todos los días hasta que acaba creyéndolo.
Es cómodo creer en un dios que no nos señala el camino. Que se limita a acompañarnos y está “al servicio de la criatura.
La tragedia es que ante las circunstancias difíciles de la vida, tú descubres que todos esos dioses creados, son apenas paliativos.
No hacen nada. No resuelven nada. No tienen poder. No sirven para nada. Solo son figuras de arcilla, cobre o metal, sin poder alguno.
Esta realidad fue lo que llevó a David a hacer la oración registrada en el Salmo 86.
En este salmo, el poeta expresa suplica y, al mismo tiempo, confianza. Vive un momento terrible. “Estoy afligido y menesteroso”, dice en el primer versículo.
Se limita a llorar. Las lágrimas parecen inundar el corazón y la angustia sofocarlo.
En esas circunstancias, David no creo pequeños dioses. En las noches claras y estrelladas, mientras cuidaba su rebaño en el campo, contemplaba la grandeza del Dios creador en un cielo estrellado.
Su Dios estaba por encima de cualquier otro dios. Era incomparable y eterno.Por eso en esta oración, de súplica y al mismo tiempo demostraba fe absoluta en su Dios.
¿Cuál es el drama por el cual estas pasando en este momento? ¿Cuál es la tragedia que parece destruir la vida de alguien que tu amas?
¿Te sientes indefensa/o, incapaz de hacer algo para ayudarte a ti misma, y ayudar a tu hermano, y por eso te limitas a sufrir?
Antes de hincar el camino de este día, ponte de rodillas humillate ante tu Dios, y derrama tu corazón, para que Dios haga en ti su voluntad, y seas instrumentos en sus manos.
¿Acaso Dios no te libro otras veces? Si lo hizo antes, ¿Por qué no lo hará ahora también? Entonces, con el corazón lleno de confianza, repite:
“Oh, Señor, ninguno hay como tu entre los dioses; ni obras que igualen tus obras”.
MARANATA.
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