¿Fuiste alguna vez víctima de una injusticia? ¿Hay alguien que trata de destruirte y tu sientes que estás llegando al límite?
Si es así, entenderás lo que David sentía cuando escribió este salmo.
“Se levantan testigos malvados, de lo que no sé me preguntan; me devuelven mal por bien… como lisonjeros, escarnecedores y truhanes, crujieron contra mí sus dientes”, se lamenta el salmista.
¿Qué harías tú en esas circunstancias? David escribió este salmo, conocido como uno de los cuatro salmos imprecatorios.
Imprecar es desear el mal al enemigo. El Salmo 109 es el peor de todos ellos. Algunos comentaristas cuentan, por lo menos, 30 maldiciones en él.
Creo que es muy humano querer ver al enemigo tragando su propio veneno. Es humano, digo.
No cristiano. Jesús vino a enseñarnos un camino mejor. “Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos… y orad por los que os ultrajan y persiguen”, y San Pablo confirmó: “
No os venguéis vosotros mismos, amados míos, sino dejad lugar a la ira de Dios; porque escrito está: Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor.
Por este motivo escogí el versículo de hoy para su meditación. En él se encuentra retratada la actitud de Cristo ante las injusticias.
El contexto en que David escribió este salmo se narra en el libro de Samuel, de la siguiente manera: “Y tomando Saúl tres mil hombres…
y David y sus hombres estaban sentados en los rincones de la cueva”.
Aquel era el momento. Saúl estaba en las manos de David. Inclusive sus soldados le dijeron:
“He aquí el día de que te dijo Jehová; he aquí que entrego a tu enemigo en tu mano, y harás con él como te pareciere”.
Si David hubiera tomado la justicia en sus manos, tal vez en ese momento hubiera sentido un “gusto” de venganza, pero después habría sentido el amargo sabor de la culpa.
David prefirió esperar. Dios le había prometido el reino, y el se lo daría a su debido tiempo. Aquel que deja la justicia en las manos del Señor nunca fracasa.
Por eso, ante las peores injusticias que tu estés sufriendo, permite que Dios intervenga en tu favor, porque podrás decir: “Entonces mi alma se alegrará en Jehová: se regocijará en su salvación”.
MARANATA.
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