Una de las verdades más solemnes y más gloriosa que revela la Biblia, es de la segunda venida de Cristo para completar la gran obra de la redención. Apocalipsis 21:1
Al pueblo peregrino de Dios, que por tanto tiempo hubo de morar "en regiones y sombras de muerte",
le es dada una valiosa esperanza inspiradora de alegría en la promesa de la venida de Aquel que es "la resurrección y la vida" para hacer "volver al hogar a sus hijos exiliados".
La doctrinas del segundo advenimiento es verdaderamente la nota tónica de las Sagradas Escrituras.
Desde el día en que la primera pareja se alejara apesadumbrada del Edén, los hijos de la fe han esperado la venida del Prometido que había de aniquilar el poder destructor de satanás y volverlos a llevar al paraíso perdido. . .
Enoc, que se contó entre la séptima generación descendientes de lo que moraran en el Edén y que por tres siglos anduvo con Dios en la tierra, pudo contemplar desde lejos la venid del Libertador.
"He aquí que viene el Señor, con las huestes innumerables de sus santos ángeles, para ejecutar juicio sobre todos" (Jud. 14, 15, VM).
El patriarca Job, en la lobreguez de su aflicción, exclamaba con confianza inquebrantable: "Pues yo sé que mi Redentor vive, y que en lo venidero ha de levantarse sobre la tierra. . . .
aun desde mi carne he de ver a Dios; a quien yo tengo de ver por mí mismo, y mis ojos le mirarán; y ya no como a un extraño" (Job 19:25-27, VM).
Quiera el Dios de toda gracia ilumine de tal manera nuestro entendimiento para que podamos discernir las cosas eternas,para que por medio de la luz de la verdad veamos nuestros propios errores, que son numerosos, puedan verse tales como son,
para que podamos hacer los esfuerzos necesarios para abandonarlos, a fin de que en lugar de este fruto malo y amargo, podamos producir un fruto precioso para vida eterna.
Debemos humillarnos delante de Dios nuestros corazón pobre,
orgulloso y lleno de justicia propia; debemos de humillarnos muy profundamente a sus pies; plenamente quebrantados en nuestra pecaminosidad.
Dediquemos a la obra de preparación para ir al cielo. No descansemos hasta que podamos decidir: Mi Redentor vive, y puesto que él vive, yo también viviré.
Si perdemos el cielo, lo perderemos todo; si obtenemos el cielo, lo tenemos todo. Creo sinceramente que si nos equivocamos perderemos la vida eterna.
MARANATA.
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