La vida cristiana no consiste meramente en el ejercicio de la humildad, la paciencia, la mansedumbre y la bondad. Uno puede poseer estos preciosos y amables rasgos, y sin embargo faltarle nervio y espíritu, y ser casi inútil cuando la obra es difícil. A tales personas les falta una actitud positiva, energía, solidez y fortaleza de carácter que las capacitarían para resistir el mal y las convertirían en un poder en la causa de Dios.
Jesús fue nuestro ejemplo en todas las cosas, y fuerte trabajador ferviente y constante. Comenzó su vida de utilidad en la niñez. A los doce años ya estaba ocupado "en los negocios de su Padre". Entre los doce y los treinta años, antes de que comenzara su ministerio público, vivió una vida de activa laboriosidad. Jesús nunca estuvo ocioso en su ministerio. Dijo: "Debo obrar las obras del que me envió". Los dolientes que iban a él nunca eran despedidos sin alivio. Conocía cada corazón y sabía cómo ministrar a sus necesidades. De sus labios salían amantes palabras para consolar, animar y bendecir, y los grandes principios del reino de los cielos fueron presentados delante de las multitudes en palabras tan simples que todos podían entenderlas
Jesús era un trabajador silencioso y abnegado. No procuraba fama, riquezas, ni aplausos; ni tampoco tenía en cuenta su comodidad y placer... No rehuía los cuidados y responsabilidades como lo hacen tantos de sus profesos seguidores...
Las demandas de Cristo con respecto a nuestro servicio son nuevas cada día. No importa cuán completa haya sido nuestra consagración cuando nos convertimos, no nos valdrá
E. G. W.
No hay comentarios:
Publicar un comentario