martes, 8 de diciembre de 2009

LE LECCIÓN DE BELEN

Así también Cristo fue ofrecido una sola vez para llevar los pecados de muchos; y aparecerá por segunda vez, sin relación con el pecado, para salvar a los que le esperan. Heb. 9:28.
Cuando se produjo el primer advenimiento de Cristo, los sacerdotes y fariseos de la ciudad santa, a quienes fueran confiados los oráculos de Dios, habían podido discernir las señales de los tiempos y proclamar la venida del Mesías prometido.

La profecia de Miqueas señalaba el lugar de su nacimiento. (Miq.5:2). Daniel especificaba el tiempo de su advenimiento. (Dan.9:25). Dios había encomendado estas profecias a los caudillos de Israel; no tenían pues excusa por no saber que el Mesías estaba a punto de llegar y por no habérselo dicho al pueblo. Su ignonancia era resultado de culpable descuido...

Todo el pueblo debería haber estado velando y esperando para hallarse entre los primeros en saludar al Redentor del mundo. En vez de esto, vemos en Belén, a dos caminantes cansados que vienen de los collados de Nazaret, y que recorren toda la longitud de la angosta calle del pueblo hasta el extremo este de la ciudad, buscando en vano lugar de descanso y abrigo para la noche.

Ninguna puerta se abre para recibirlos. En un miserable cobertizo para el ganado, encuentran al fin un refugio, y allí fue donde nació el Salvador...

No hay señales de que se espera a Cristo ni preparativos para recibir al Príncipe de la vida. Asombrado, el mensajero celestial está a punto de volverse al cielo con la vergonzosa noticia, cuando descubre un grupo de pastores que están cuidando sus rebaños durante la noche, y que al contemplar el cielo estrellado, meditan en la profecía de un Mesías que debe venir a la tierra y anhelan el advenimiento del Redentor del mundo.

Aquí tenemos un grupo de seres humanos preparados para recibir el mensaje celestial, Y de pronto aparecen el ñangel del Señor proclamando las buenas nuevas de gran gozo...


¡Oh! ¡Qué leccoón encierra esta maravillosa historia de Belén! ¡Qué reconvención para nuestra incredulidad, nuestro orgullo y amor propio! ¡Cómo nos amonesta a que tengamos cuidado, no sea que por nuestra criminal indiferencia, nosotros también dejemos de discernir las señales de los tiempos, y no conozcamos el día de nuestra visitación. (C.S.358-360).




E.G.W.








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