martes, 9 de diciembre de 2025

Los dos huertos.

Porque así como la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de unos, los muchos serán constituidos justos”. Rom. 5:19.

Entendemos esto: que las dos grandes crisis de la tierra ocurrieron en el huerto del Edén y en el huerto del Getsemaní. 

Ara unos 6.000 años + -; En uno de ellos se produjo la caída del hombre a desobedecer a Dios. Allí comenzó su decadencia espiritual y física. 

Y como represalia fue expulsado de la presencia de Dios. Pues es de natura, que cuando uno peca, se aparta el mismo de Dios. 

4.000 años después, en un huerto cerca de Jerusalén, se libraba una gran batalla, entre servir a Dios, o servir a los intereses de este mundo. 

En esta segunda batalla, se jugaba no solamente la palabra de Dios, sino su honor. La batalla comenzó en los atrios celestiales, cuando Satanás quería ser mas que Dios. 

En su gran misericordia Dios demostraría que a Él se le sirve por amor, no por temor. Dos huertos uno hermoso en gran manera, y otro un huerto de olivos, triste y sin belleza. 

La primera batalla se perdió en el Edén, donde gano Satanás. Esa fue la gran batalla de los siglos antiguos. La segunda batalla de los siglos se libro en el huerto del Getsemaní. 

Cristo fue alentado y fortalecido para la gran prueba final. Cada hijo de Dios tiene un huerto de Getsemaní en su corazón, donde puede allar a Jesús, para que le de valor y vigor en la lucha de este mundo.

Hay dos poderes antagónicos, que luchan por la hegemonía de los sentidos y del corazón del hombre. Jesús obtuvo la victoria en el Getsemaní. 

Satanás fue derrotado, Cristo fue levantado en la cruz, y pago el precio de la redención del hombre. La libertad de poder elegir es dada al hombre. 

Es ahora cuando el hombre libre, puede escoger a su señor. La obediencia a Dios, es “sumisión a la voluntad de Dios”. 

A Dios se le obedece por amor, amor que nos es dado por Dios a todos aquellos que quieren ser sus hijos. 

El amor se engrandece cuando somos perdonados sin merecerlo. Creo sinceramente que existe una conducta segura, es a saber: decir con Jesús, “Señor no se haga mi voluntad, sino la tuya”.

MARANATA.

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