El fortaleza al cansado, y multiplica las fuerzas al que no tiene ninguna. Los que esperan Jehová tendrán nuevas fuerzas; levantarán las alas como águila, correrán, y no se cansarán caminarán, y no se fatigarán. (Isaías. 40:29, 31).
"Así como un padre terrenal anima a sus hijos para que valla a él en todo momento, así también el Señor nos anima a deponer ante él nuestras necesidades y perplejidades, nuestra gratitud y nuestro amor. cada promesa es segura. (C.B.A. t. 6. p. 1116).
Conozco a una persona cristiana, que desde su soledad ha tratado de trabajar para él Señor, dentro de sus posibilidades. Solo Dios juzgara su trabajo, pero desde que se ha dedicado a propagar el Evangelio, bien sea por folletos, revista, por libros y por Internet, a sufrido de muchas maneras, los ordenadores que han tenido, no sabe el porque, se estropeaban cada momento; y gracias a algunos amigos que Dios ponía a su disposición salía adelante.
Otras vez que yo me acuerde, tuvo una tendinitis que no podía mover el brazo izquierdo, otra vez la pierna, el brazo derecho, así cada vez Satanás le atacaba de alguna manera; pero el siempre recurría a las promesas hechas por el señor. La última vez tuvo la culebrilla o vulgarmente se la conoce como herpes, pero él siempre confía en esas promesas que su Padre celestial le a dejado en su palabra. Esta persona el Señor le levanta a las cuatro de la mañana para orar, Cristo puso eso en su corazón, y así lleva un año que yo sepa.
"Que estas benditas promesas, establecidas en el marco de la fe, sean colocadas en la antecámara de la memoria. Ninguna faltará. Dios cumplirá todo lo que ha dicho". (T. t. 5, p. 630). Por más dura que sea la lucha del cristiano, más fuerte debería ser nuestra confianza en nuestro Dios. "El enemigo nunca puede arrancar de la mano de Cristo a aquel que sencillamente confía en las promesas del Señor". (C.B.A. t, 7. p. 971).
Recuerdo en mis años de Colportage, me toco una zona de España muy calurosa, me acuerdo que en la casa donde hospedábamos mi compañero y yo, había una anciana que siempre se ponía en la ventana del patio, y nos sonreía cuando salíamos a vender los libros.
Nunca podré olvidar su mirada cuando le regalamos el libro de El Camino a Cristo, durante ese mes vi a una mujer llena de paz. Cada día la vimos leer el libro, el libro de los libros, hasta el día que nos marchamos, en ella estaba obrando el Espíritu de Dios.
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