No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal, de modo que le obedezcáis en sus concupiscencias. Rom. 6: 12.
Aprenda constantemente de Jesús, aumente siempre su fe y crezca en la gracia y en el conocimiento de la verdad. Estamos haciendo una gran obra, y el Señor es nuestro ayudador y nuestro escudo. Los ángeles de Dios están empeñados en esta obra de proclamar al mundo el mensaje de amonestación. Nosotros mismos nada podemos hacer. Sin el Espíritu del Señor somos tan débiles como el agua. Nuestra fuerza consiste en ocultarnos en Jesús. Sea Cristo el muy amado y señalado entre diez mil.
De nuevo le aconsejo que cuide la habitación que Dios le ha concedido. No reine el pecado en su cuerpo mortal, y no malgaste las facultades físicas que Dios le ha dado; conserve, en cambio, su vigor, y ponga toda su confianza en un Salvador perfecto. Desea que alcance la victoria que al final ostente una corona tachonada de joyas.
El cielo, el dulce cielo, es el hogar eterno de los santos. Allí descansaremos pronto. Usemos, entonces, nuestras facultades, sin abusar de ellas, a fin de que Dios pueda acrecentarlas y santificarlas para que puedan prestar el servicio más elevado. Quiera el Señor acercarse a usted. . . para darle una fuerte influencia que derribe el error, la superstición y las obras de Satanás.
Podemos pedir a Dios grandes cosas y él nos las dará. Seremos fuertes mediante su fortaleza. Sufrirá la oposición del clero mientras viva a la altura de la elevada norma de la religión de la Biblia y trate de presentarla a los demás. También el desprecio y la burla, la calumnia y la falsedad lo seguirán. Sus motivos, sus palabras y sus acciones serán mal entendidos, mal representados y despreciados; pero si usted prosigue la obra sin hacer caso de los malos tratos, si hace lo correcto, si es bondadoso y paciente, humilde en espíritu, feliz en Dios, finalmente ejercerá una buena influencia. Gozará de la simpatía de todos los honestos y razonables.
Afírmese en la Palabra de vida; la tempestad de la oposición se disipará gracias a su propia furia y por fin se calmará. El clamor se extinguirá. . . La armonía de verdad será vista, sentida y obedecida por los honestos y temerosos de Dios.